En busca del sol (privado orz)

Odiaba el invierno, definitivamente. Se lo había dicho ya en repetidas ocasiones, una y otra y otra vez siempre que el año se aproximaba a su final y los cielos de su nación se ponían cada vez más oscuros y sus suelos más blancos. Era poco el tiempo que podía disfrutar realmente de un poco de sol, y aquellos días representaban sus temporadas más felices, pero entonces, cuando de nuevo llegaba el invierno, tenía que salir escapando.

Italia era algo con lo que había soñado mucho tiempo: la calidez del pequeño país le resultaba igual de atrayente que la miel a la abeja, así que allá fue, en su búsqueda, disfrutando del calor suave del sol sobre la piel de su rostro, calentándole la nariz, y el sonido de las suelas de sus zapatos sobre las rocas del camino.

Cada pequeño rincón de aquél lugar resultaba tremendamente pintorezco, pero no importaba mucho, porque lo único que tenía en mente era encontrar al castaño.

Se detuvo frente a una florería y observó el aparador. Detrás del cristal las flores abrían sus pétalos, orgullosas, brillando multicolores bajo los rayos pálidos del sol. Hasta eso era hermoso en Italia, y el ruso sonrió sintiendo cierta felicidad al pensar en ello.

Apreciaba las cosas pequeñas de la vida, las más simples, porque era capaz de encontrar belleza hasta en lo más común: era algo que había aprendido a hacer dado el sitio en el que había sido obligado a crecer, pero no le desagradaba, claro que no.

Giró su rostro. La calle, estrecha y llena de colorido, lo invitaba a seguir avanzando, pero primero entró al negocio y pidió un par de girasoles. Era de buena educación, aquí y en China, llevar un obsequio a la persona que ibas a visitar, y el pequeño Italia no debería ser la excepción. Volvió a salir instantes después, con las flores en una mano, reclinadas sobre uno de sus hombros, y continuó su camino.

La casa de Italia ya no estaba demasiado lejos, si no mal recordaba.

Trató de entablar conversación con un par de personas durante su camino, pero por alguna extraña razón todos escapaban de él... y eso le hacía sentir un poco triste.

¿Es que los italianos no conocían buenos modales?

Arrugó un poco el entrecejo, se quedó de pie, observando, y suspiró.

-Habrá que reeducarlos, cuando hayan venido a vivir conmigo.- comentó, en voz baja y con tono cansado. De todos modos, no era que le molestara la idea: sería bueno para ellos mejorar su condición de vida, claro. Claro. En eso estaba pensando, con una mano en la barbilla y expresión de profunda concentración, que ni siquiera vio que el pequeño italiano de sus deseos había venido acercándose a él.

Dio un reparo, sorprendido, cuando escuchó el saludo, y bajó un poco la mirada. Ahí estaba Italia frente a él, ¿cuándo había llegado? No pudo evitar sonreír ampliamente y levantó una de sus manos para posarla sobre la cabeza del pequeño antes de que siguiera hablando sin parar.

-Estoy bien, Italia-kun. Gracias por preguntar.- y extendió los girasoles hacia él, ofreciéndolos sin decir nada al respecto. -Hace frío en casa, da? Y no sentía deseos de quedarme ahí yo solo a pasar el invierno, así que... Espero que no te moleste.- añadió rápidamente, cambiando su expresión por una ligeramente preocupada.

Sonrió, agradecido, y escuchó atentamente. Todo sonaba bien, sobre todo si podía hacerlo en compañía del italiano. Por supuesto, supuso que no pasaría demasiado tiempo antes de que Alemania viniera a interrumpir, pero mientras eso sucedía, él pensaba aprovechar al máximo su visita.

-Todo me parece buena idea, Italia-kun.- respondió, moviendo la cabeza, pero compuso un gesto levemente contrariado. -No sabría por dónde empezar... ¿Qué te gustaría más a ti?- aunque eso de ir a su casa y comer pasta con él sonaba un poco mejor.

Siguió a Italia por todo el camino, sorprendido ante la aparente confianza que el pequeño italiano parecía tenerle, pero considerablemente contento en respuesta.

Cuando llegaron a su casa, hizo un pequeño gesto de agradecimiento y se sentó en el salón, observándolo todo con curiosidad. El castaño era todo un remolino en movimiento, tan fuerte como una tormenta tropical, y aquella idea lo hizo sonreír alegremente. El tiempo suficiente antes de que éste volviera a aparecer por la puerta, sonriente y emocionado.

-E-eh...- inclinó un poco la mirada y se ruborizó torpemente, mientras pensaba. -Lo que sea que a Italia-kun le guste... estoy seguro de que me gustará también.

No era muy especial en cuanto a pequeños detalles, y mucho menos con alguien a quien había anhelado por tanto tiempo.

Se puso de pie segundos después de que el italiano desapareciera rumbo a la cocina, y fue tras él en silencio. Al llegar a la puerta, se ocultó tras una pared y azomó apenas el rostro para poder observarlo.

Sonrió al notarlo tan animado... tan como él mismo; Italia era justo la clase de personas que más le gustaba, porque contagiaba su alegría, y además... resultaban mucho más divertidos a la hora de verlos desmoronarse.

-¿Uh?- se incorporó correctamente y entró a la cocina también. Miró lo que le pedía, y asintió. -Esto, ¿verdad?- estiró un brazo para tomar algunos tarros con especias y se los tendió al castaño, sonriendo.

Se quedó mirándolo con curiosidad, conforme mezclaba la comida, y entrecerró los ojos, tomando una bocanada del delicioso aroma de la salsa.

Estando ahí con él se sentía más relajado, y sonrió para sí mismo cuando pensó en que, seguramente, por eso era que Alemania no se iba a pesar de todo.

Ensanchó los ojos cuando el más pequeño se acercó a él y dio un pequeño respingo. ¿Alguien había hecho algo así con él antes? La respuesta era no. Ni siquiera su hermana menor aunque tal vez ella lo hubiese hecho con gusto, otra cosa es que Rusia lo aceptara.

Ladeó un poco el rostro y le sonrió.

-No me molesta.- y probó el contenido de la cuchara que el italiano le ofrecía.

Rió internamente cuando pensó en que Italia sería una linda esposa(?).

-Uhn~- asintió, con una cabeceada, y sonrió un poco más.

Probablemente aunque la comida hubiera sido asquerosa hubiese dicho lo mismo, pero cabía mencionar que el italiano era un excelente cocinero.

-No es algo muy común para mí... todo esto.- admitió, alegremente, aunque arqueó un poco sus cejas. La cocina parecía demasiado pintoresca, y la compañía de la pequeña península a la que nunca nadie le dejaba acercarse era todavía mejor. -Pero me gusta.

Todo se sentía bastante cálido ahí, y no hablaba sólo del clima.

-Eso me gustaría~- canturreó, bastante feliz, mientras iba tras él. Le gustaría sobre todo ver el rostro que Alemania tendria que poner cuando se enterara. Eso, en definitiva, era lo que iba a disfrutar realmente de todo aquello.

Y entonces una idea se cruzó por su cabeza. No lo pensó con la crueldad que hubiera sido necesaria, sino que, como un niño, sonrió al imaginar las consecuencias de su travesura. No era nada malo... realmente.

No. Nada malo.

-¡Ah! Gracias~~ -sonrió y se detuvo frente a la mesa, lanzándole una mirada curiosa a la comida. Todo se veía bastante bien ahí. -Esto tiene una pinta excelente, Italia-kun, ¿da?- se encogió de hombros.

Y además, hacía tiempo que nadie cocinaba para él.

Observó la comida con curiosidad por un momento, luego tomó sus cubiertos y tomó un bocado. No sólo era delicioso hasta niveles en que era incapaz de describirlo con palabras, sino que además tenía aquél sabor hogareño que hacía siglos que había perdido su propia casa.

El sabor que se iba derecho a su torrente sanguíneo hasta llegar a calentar su corazón.

Entrecerró sus ojos, sosteniéndose una mejilla (ruborizada) con una mano, y rió levemente, con estupor.

-Uhm, sí... ¿Qué?- levantó la cara y miró a Italia, que lo observaba. ¿Qué había dicho? ¿Chicas? Pensó en sus hermanas y ladeó un poco la cabeza. -Las hay, supongo... aunque no es algo que me interese demasiado, da?- y rió otra vez, con su risita infantil.

-He~ he~, claro, claro.- cabeceaba mientras sonreía, y luego entrecerró un poco sus ojos. -Me gustaría mucho que Italia-kun viniera a mi casa. Me daría mucho gusto, da? Porque a mí me gusta todo de Italia-kun. Incluída su pasta.- y sonrió un poco más, casi con dulzura.

Lo había deseado tanto, por tanto tiempo. Si se le presentaba una oportunidad ahora... Bueno, sería muy estúpido si la ignoraba.

-De verdad.

Él también lo miraba, con su sonrisa cada vez más remarcada. Dejó el tenedor sobre la mesa y luego apoyó una de sus mejillas sobre su mano abierta.

-Todo eso suena bien, pero se me ocurren... otras cosas...- bajó la voz. Tal vez el italiano no se hubiera dado cuenta, o tal vez sí. ¿Era así siempre? Bueno, no por nada llevaba tanto tiempo anhelándolo, pero aún resultaba extraño que una persona se mostrara tan confiada en su compañía. -¿Qué te gustaría hacer a ti?

Levantó el rostro, sorprendido,cuando Italia se subió a la silla. También se echó un poco hacia atrás, con los ojos bien abiertos.

-Uh, pues... cosas, uhum~- se encogió de hombros. Por una parte, se estaba muriendo de ganas de pasar a la acción: incluso la mano con la que generalmente sostenía su grifo le palpitaba en busca de aferrarse a algo de metal, pero por otro lado... Italia era tan amable con él que temía echarlo a perder ahora. -Son cosas a las que acostumbraba jugar con Letonia, da?~ - y se echó a reír, alegremente, al recordar los chillidos del pequeño.

-Daa~- se puso de pie, arrastrando la silla. Se le ocurrían muchas formas para dar el siguiente paso, pero... -¿Italia-kun?- lo miró, fijamente, arqueando una ceja.

La verdad es que tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo. Sólo quería hacerlo.

-¿Te enfadarás conmigo después de esto?

-¿Los videos de Alemania?- ensanchó sus ojos, confundido. La verdad es que no tenía idea de qué le hablaba. Él estaba pensando en otra clase de cosas. Tomó su grifo (nota: no recuerdo si lo llevaba, coff) al incorporarse, y tras rodear la mesa comenzó a acercarse a Italia.

Le dedicó una sonrisa dulzona. Amigable.

-No sé de qué me estás hablando, Italia-kun. De todos modos, si te quedas quieto, te aseguro que no te dolerá~

Y estiró una mano hacia él...

´Arqueó las cejas, todavía sonriendo. Se parecía un poco a Letonia, si lo pensaba. Bastante más alegre, eso sí. El letón seguramente haría todo lo contrario a lo que Italia había estado haciendo hasta hace poco estando en su presencia.

-No te lastimaré, ¿da? No mucho~

Es divertido, se dijo. Jugar así. Siempre le habían gustado esa clase de juegos. No había demasiado que hubiese pensado al respecto, y jugar con Italia era algo que había estado soñando por mucho tiempo.

Cuando lo tuvo arrinconado contra la pared, apoyó ambas manos a los costados de su cabeza, blandiendo el metal frío de su grifo entre una de sus palmas y luego se inclinó hacia él. Si lo dejara correr, seguramente sería mucho más divertido, pero... Alemania podría darse cuenta y venir a interrumpir. Además conocía la reputación que tenía el italiano respecto a su velocidad de escape y... bah.

Agachó el rostro y apoyó sus labios sobre la comisura de la boca del latino, y así se quedó, en espera de una reacción.

Ensanchó los ojos. Aquella no era la reacción que se esperaba. Primero se quedó quieto, con la espalda un poco tensa y los dedos de las manos apretándose contra la pared, pero cuando se dio cuenta de que realmente Italia estaba correspondiendo a sus intentos por acercarse empezó a relajarse otra vez.

Sintió algo parecido al vértigo en su estómago, y pensó en muchas cosas; en lo que diría su hermana si los viera en esos momentos... o Alemania. Aquello último sonaba particularmente divertido, por cierto, pero lo primero no tanto. Rió nerviosamente, sin apartar su boca de la de Italia, y luego alejó un poco su rostro para poder verlo a la cara.

-Italia-kun es muy lindo, ¿uhm~?

En ese momento se echó a reír. Espera, la única persona que había tratado de abrazarlo antes era su hermana Bielorrusia. Bueno, Ucrania también, pero ciertamente no en "ese" sentido en específico.

-Uhn~ Sabe bien, ¿uh?- y otra vez se rió, nerviosamente, con su risa infantil alta y clara mientras dejaba que sus propios brazos cedieran hasta deslizarse cuesta abajo. Los cerró posesivamente en torno a la cintura frágil del italiano y sintió su flujo de sangre y los latidos de su corazón. Estaba vivo.

Tan pequeño y vulnerable...

Su propia sangre hirvió ante aquél pensamiento y no pudo alejarlo de él de ahí en adelante, aunque también pensó en otras cosas, como por ejemplo que Italia era muy lindo, era divertido, y le gustaría llevarlo consigo a casa.

-Italia-kun... Vamos a jugar, ¿da?

Sus manos grandes lo sostuvieron por la espalda y las caderas, con ternura pretendida.

No lo consideró dos veces. Levantó en vilo a Italia, entre sus brazos, y regresó hasta la mesa con dos zancadas; con una de sus manos despejó la mesa, tirando al piso los platos de cristal, las copas y cubiertos, con gran estruendo, y colocó encima al italiano.

No le dio oportunidad a decir nada más. Bajó el rostro, buscó el suyo y apretó su boca contra la de él, sin mucho cuidado. La verdad es que Rusia era bastante inexperto en aquellos temas, así que tal vez no era muy bueno besando, pero le daba igual. Lo importante para él, siempre, era disfrutar él mismo de la situación. De la forma más egoísta posible.

Con una mano se apoyó en la mesa y con la otra empujó al castaño hacia abajo, mientras se inclinaba sobre él, sin dejarle apenas espacio. Había deseado poner sus manos sobre Italia con tanta desesperación desde hacía tanto tiempo que ahora que finalmente había podido hacerlo no pensaba detenerse.

-¿Da?- sonrió contra sus labios. La boca de Italia era estrecha, caliente y húmeda, y aunque él no estaba muy acostumbrado que digamos a cosas así, ni tampoco hubiera probado muchas bocas, admitió que se sentía bien. Que le gustaba besarlo. -Lo siento, ¿te estoy lastimando?- y esto lo hizo sonreír aún un poco más.

Lastimarlo, si bien no era el plan inicial, tal vez sería divertido. Escuchar sus quejidos, acallados siempre tras la figura imponente que Alemania imponía y le había impedido acercarse antes a él.

Pero a pesar de pensar en todo aquello, no paró de besarlo en ningún momento.