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 [Prusia/Hungría] Un día cualquiera (oneshot)

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Prusia
Gilbert Weillschmidt
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MensajeTema: [Prusia/Hungría] Un día cualquiera (oneshot)   [Prusia/Hungría] Un día cualquiera (oneshot) Icon_minitimeJue Jul 09, 2009 7:24 pm

Estoy posteando esto donde puedo 8D no es el mejor fic del mundo, pero es porque esta pareja se merece más reconocimiento en el fandom en español òwó^



•Serie: Axis Powers Hetalia
•Claim: Prusia x Hungría y un leve Rusia x Prusia. También aparecen: Finlandia, Suecia, Francia, Belarus, Romano, Veneciano y Austria. Mención de EspRom y AleIta.
•Corresponde a la TABLA SENTIMENTAL (item # 5 - vergüenza)
•Genero: Humor.
•Advertencias: none.
•Beta: none, así que si ven un error, denme con el látigo nomás *¬*

•Resumen: Desde el principio, comparándolas con “el niño” que había conocido en sus épocas de caballero teutónico, reparaba en cómo las regiones húngaras fueron aumentando su voluptuosidad con el tiempo; aunque antes nunca se le había cruzado por la cabeza invadirla, pero no porque fuera fea, sino porque era ella; cosa que le sonaba raro, viniendo de él.


Un día cualquiera



Y era el comienzo de un día normal en la vida de Gilbert.
Se había levantado temprano, había desayunado, le había dado de comer maíz a sus pollos, había regado sus papas, había hecho rabiar un poco a su hermano menor…
Siempre sería una de sus cosas favoritas esas.

“Al igual que molestar a Roderich, muejejejeje.” Pensaba entusiasmado sin dejar de dirigirse a paso feliz hacia la casa del austriaco; tenía una clara mala fijación desde siglos atrás con él y no estaba interesado en rehabilitarse.

(- Muchas gracias, hasta mañana.)

- ¡Ah, carajo!

En cuanto escuchó y reconoció la voz, instintivamente saltó a los primeros arbustos que vio.
Miró la hora, Erzsébet se había adelantado ese día y se encontraba comprando; recién había salido de la panadería.

- Y ya se dirige a la casa de cuatro ojos.—murmuró con molestia, saliendo lentamente de su escondite.

Aunque la castaña ya estuviera por allí, él era alguien que no se daba por vencido tan fácilmente. Los años hacen al maestro; ya se sabía algunos trucos para despistar a la chica, sería capaz de lograr espiar y meterle un poco de mano al aristócrata ese día, aunque fuera lo último que hiciera.
La seguiría muy de cerca, el éxito de su victoria consistía en saber cada uno de los movimientos de su enemigo; ya ésta misma bajaría la guardia y podría poner las manos en las regiones austriacas.
Pero tenía que ir con cuidado, a pesar de que ya le había tomado desde hacía décadas gusto a los sartenazos, su cupo semanal se había llenado hacia tres días.

- ¡Ahh!

La exclamación de la húngara lo puso en alerta, tuvo intenciones de correr, pero luego al ver que solamente estaba viendo un vestido, en una vidriera, se tranquilizó.

“Claro, hasta ella tiene lado femenino.” Se dijo sin quitarle los ojos de encima a todo y cada uno de sus movimientos. “Ah, se encontró con Tino y…¡Agh, Berwald me ha visto!”

Con desespero comenzó a hacer todas las señas habidas y por haber de que no dijera nada; como era el sueco, no sabía cómo expresarse para que lo entendiera.
Obviamente que la expresión de asombro seudo-aterradora de éste no hizo más que aumentar con las señas.

- Eh, Tino…

El mencionado lo observó y ahogó un gemido al ver la cara de éste, luego volteó junto con la húngara hacia donde estaba señalando, pero ya no había nada a la vista; ambos lo quedaron mirando extrañados.

- Nah, no’s na’a.—dijo confundido.

Pasados unos minutos, los nórdicos siguieron su camino, por lo que el prusiano pudo seguir espiando con calma.

- Y ahora zapatos…

Murmuró con pesadez al ver que la chica se detenía por cuarta vez delante de la vidriera de una tienda. ¿Desde cuándo era tan femenina? Ya le daba miedo verla comportándose como si “fuera” una mujer.

Sin embargo, cuando vio que se paraba a mirar el escaparate de la tienda de lencería, su aburrimiento se fue un poco y pensó que ciertamente algunas cosas femeninas le iban bien a la húngara. Seguro ese conjunto rojo que estaba viendo…

Al segundo, se dio una cachetada, sumamente avergonzado. ¡¿En qué cosas andaba pensando?! Se decía.
Claro que él no era tonto. Desde el principio, comparándolas con “el niño” que había conocido en sus épocas de caballero teutónico, reparaba en cómo las regiones húngaras fueron aumentando su voluptuosidad con el tiempo; aunque antes nunca se le había cruzado por la cabeza invadirla, pero no porque fuera fea, sino porque era ella; cosa que le sonaba raro, viniendo de él.

“Y de todos modos, ¿por qué me avergüenzo?”

Eso lo hizo sentirse estúpido, pero luego, al mirar su mano derecha, recordó claramente el shock y la vergüenza que había sufrido al descubrir que era chica. También la cantidad de golpes que había recibido al intentar varias veces explicarle que no era varón.

“Debería demandarla por haber pervertido mi infantil y virginal mano con sus pechos.”

Algo que le gustaba hacer y mucho era mirar regiones ajenas, por algo se llevaba tan bien con Francis y con Antonio, aunque a él mucho no le gustaba la idea de andar exponiendo despreocupadamente sus terrenos, como el primero, y tampoco tenía exactamente preferencias por las tierras jóvenes, como el segundo.

“Pero de allí a fantasear con ella…” un pequeño temblor le recorrió el cuerpo al pensar en la masiva cantidad de sartenazos que recibiría si ésta se llegaba a enterar; mejor no pensarlas, tal vez la ojiverde podía leer la mente “Mmm, ya faltan pocas cuadras para llegar a la casa de Roderich, ¿por qué cambia de rumbo?”

Al principio se confundió, ya cuando divisó a su buen amigo Francis parado en la esquina siguiente, vestido con una gabardina larga…La ropa en él no era exactamente buena señal, a veces.

“¡Genial! ¡Primero el sueco y ahora esto!” exclamó hacia sus adentros, desde atrás de un macetero con muchas flores, cuando la húngara se topó con Feliciano y Lovino; al parecer también andaban de compras.

- ¿Francis-nii…?

El italiano menor cortó sus palabras y parpadeó confundido, por unos momentos había jurado ver a Gilbert a la lejanía. Luego pensó que por el hambre ya estaba viendo cosas…alemanas.

- Sí. Así que mejor vayan por otros rumbos. ¡Ah! ¿Por qué no vienen a comer con nosotros? También hoy nos acompañará Anto…

- Gracias por la invitación, pero tenemos cosas que hacer.—respondió el mayor de los dos, sin poder controlar la expresión de enojo y tristeza que se le había comenzado a formar en el rostro.

Erzsébet asintió y luego de despedirlos, siguió el rumbo, teniendo más claro el porqué en esa semana el hispano iba tanto de visita. El prusiano a su vez entendió porque el menor no había ido a ver a su hermano en días.

“Y yo mientras, me tengo que soportar su mal humor, porque aunque diga que le gusta el tiempo a solas, mucho tiempo a solas sin su plasta italiana…”

Intentaba entender el extraño gusto de Ludwig, no que lo juzgara, pero simplemente no entendía de dónde sacaba la paciencia.

- Pero nadie con menos paciencia que esa bruta.—murmuró al recordar que ya desde niños siempre había tenido poco sentido del humor—¡Aghh, esto es ridículo! Estúpidas flores.—masculló con disgusto, desconociéndose. No podía haber pensando que desde donde estaba él, al quedar algo enmarcada por las flores del macetón, la castaña se veía muy bien.

- ¡Mon Dieu! ¡Chérie, calme! ¡J’aimerais t’inviter à prendre un café!

Al escuchar griterío provenir de sus espaldas, giró alarmado. Allí venía corriendo el francés, con su gabardina abierta, perseguido por Natasha, quien empuñaba su cuchillo.

“Lo siento, Francis, pero esas son cosas en las que no me meto.” Se dijo, sacando la cabeza de dentro de las flores “¿¿Ah?? ¡¿Dónde está?!”

Temiendo que lo hubiera descubierto, se paró de golpe y comenzó a mirar hacia todas las direcciones, pero no, la húngara seguía allí. Había sido empujada en la fuga y se encontraba sentada en el piso juntando los bollos de pan que se le habían salido de la bolsa, maldiciendo a la bielorrusa por el dolor en el trasero que le había quedado, ella la había tirado.

- ¿Ah, Gilb...? ¿¿Qué…??

El peliblanco retrocedió un paso, estaba dispuesto a irse de allí, pero no lo hizo al notar que la verdosa mirada de la castaña no lo estaba mirando a él; a él nunca lo miraría con tanta inquietud. Eso le dio muy mala espina y más cuando sintió una mano sobre su hombro izquierdo.
Un feo escalofrío le recorrió; allí estaba Ivan, tocando sus regiones sin descaro, como ya había tomado costumbre luego de la Segunda Guerra Mundial.

- ¿Qué estás haciendo?—le preguntó al prusiano, a pesar de que sabía bien lo que hacía, mientras le echó una mirada completa y evaluativa a la chica.

El ojirojo frunció su expresión; no le tenía miedo como los hermanos bálticos, él lo detestaba completamente. En esos momentos, anhelaba tanto poder tener la fuerza necesaria para borrarle aquella sonrisa retorcida que comenzaba a formársele y que no profesaba buenas intenciones.

- Buen gusto como siempre, Gilbert.—le susurró agachándose un poco para decírselo en el oído, rosándoselo apenas con los labios.

Un escalofrío peor al anterior lo surcó y más cuando previó que el soviético planeaba atraparlo en un abrazo.
Con prisa, se escurrió de las garras de Ivan y fue hacia donde estaba Erzsébet, quien se había perdido en su imaginación pervertida por la escena.

- ¡¿Cuándo tiempo piensas quedarte ahí echada?! ¡¿Tanto te pesa el culo?!

La chica, en segundos, cambió su expresión de degenerada a una furiosa, pero luego adquirió un semblante de desconcierto cuando el albino la tomó de la mano y la jaló con todas sus fuerzas para levantarla.
Momentos después se vio corriendo, siendo guiada por el otro. No opuso resistencia porque notó exactamente la razón por la que Gilbert quería salir de allí.
Ella medio sonrió con melancolía al recordar una escena del pasado muy similar, en los tiempos que eran pequeños y peleaban juntos contra Sadaq; ese día, el ojirojo también la había obligado a escapar.



- ¡Oye! ¡Yo me puedo cuidar sola! ¡¿Sabes?!

- ¡No me malinterpretes y ya cállate! ¡Además, lo dudo! ¡Te habías quedado como idiota observando, guarra!

- ¡¿¿Guarra??!—gruñó, sacando su sartén—¡RÉPITELO!

- ¡Aunque me pegues no cambiarás eso jamás!—exclamó dando un paso hacia atrás y poniendo sus manos en posición defensiva.

- ¡Aquí el único degenerado eres tú!

-¡Tú también eres una pervertida, admítelo de una maldita vez!

- ¡Ejem! ¿Buenos días?—preguntó Roderich luego de abrir la puerta de entrada de su casa; los otros estaban discutiendo en su pórtico.

Al primer instante, ambos voltearon hacia el austriaco en silencio, enrojeciendo por igual en el acto; como si hubieran sido descubiertos en una situación sumamente embarazosa por la cual sus reputaciones pudieran verse manchadas.

Al segundo instante, el ojiazul cerró la puerta, para no verse inmiscuido, tan pronto, en la batalla campal que se desató en la entrada de su casa.
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